jueves, 14 de febrero de 2013

El Principito

El Principito: El Principito observo el cielo estrellado. Era tal y como la serpiente le había asegurado. Nada de dolor, simplemente diez segundos que a él le duraron una eternidad. Contemplo todos los planetas que había visitado, todos los adultos que tenían problemas absurdos, todos los amigos que había hecho. Le daba pena abandonar a Antoine, igual que le paso con su otro amigo, el zorro. Pero había llegado el momento de regresar.

Cuando el Principito abrió los ojos descubrió que estaba tumbado al lado de su volcán inactivo (aunque nunca se sabe). Se incorporó rápidamente y fue corriendo a ver a su flor.

¡Rosa, he vuelto!- gritaba mientras corría hacia ella.

Cuando llegó, el Principito cayó de rodillas.

Principito...- dijo la rosa débilmente-... Has vuelto...

El Principito la cogió suavemente. Sus pétalos se habían marchitado y habían perdido su belleza. Estaba enferma. Al Principito no había previsto aquello, y su rosa se moría. Era demasiado tarde.

Por favor, rosa, no te vayas...- sollozó. Al instante empezaron a caer lágrimas por sus mejillas. Estas calleron sobre la rosa. Esta última empezó a brillar. Recuperó aquellos pétalos tan rojos, aquellas espinas tan duras, aquellas raíces tan fuertes.

¡Principito, me has salvado!- Exclamó la rosa. El Principito la abrazó, con cuidado de no pincharse con sus espinas, llorando, pero esta vez de felicidad.

Desde entonces el Principito y su rosa viven juntos y contentos. Por suerte, el alimento preferido del corderito son los baobabs recién salidos, y las rosas le producen alergia.

Los adultos siempre tienden a ver como pueden solucionar sus problemas, no los solucionan. El mundo de los adultos es absurdo.

Fernando V.

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